A Consuelo Álvarez Pool se le cayó el mundo encima cuando descubrió que el puesto que había conseguido en Telégrafos se le escapó de las manos como si un intruso hubiera pulsado la tecla equivocada en la máquina del destino. Había aprobado el examen de ingreso para auxiliar temporera en la institución más futurista del país, Telégrafos, ahí donde el mundo se había puesto a los pies de los humanos con unos cuantos cables y un nuevo idioma planetario: el morse.
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